Romana. Cuestión
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      La invasión de Roma por Víctor Manuel II, al marchar las tropas francesas que defendía los Estados Pontificios y que se ausentaron al estallar la guerra francoprusiana, desencadenó en 1870 la "cuestión romana". Fue un problema militar, social, político y religioso y político que se denominó "Cuestión romana".
  Ya en 1848 la Revolución había anulado en Roma el poder del Papa sobre sus Estados, pero la intervención de tropas francesas había restablecido el poder papal. Los intentos de anexión de Roma como capital y de los territorios pontificios habían fracasado por la presencia de tales tropas.
   Roma fue declarada capital de la Italia unidad pero la ocupación no pudo hacerse hasta la marcha de las tropas. El Papa Pío IX se negó a reconocer los hechos y se declaró prisionero en el Vaticano. En el mundo católico partidarios y adversarios de la medida se mantuvieron discrepantes durante décadas. Por eso la cuestión transcendió los dos poderes políti­cos implicados: Pontificado y Monarquía piamontesa. En la Iglesia, y en Italia también, las opiniones se dividieron: defensores del Pontífice pedían restitu­ción de la situación; y otros pensadores y políticos reclamaban tolerancia y reconocimiento del nuevo Reino de Italia.
   Al margen del balanceo político, el hecho fue la absorción de Roma en el nuevo Reino y la negativa permanente del Pontífice a consentir en los hechos consumados. La solución tardaría 59 años en llegar. Pío XI comprendió que los tiempos habían cambiado y los hechos eran irrever­sibles y Benito Musulini, como dictador, tenía autoridad para hacer las cosas a su manera. Después de fatigosas negociaciones se firmaron los Pactos de Letrán en 1929 y la zona del Vaticano fue declarada estado libre e independiente y Roma fue reconocida como capital del Reino de Italia. El Estado de la "Città del Vaticano" fue rápidamente reconocido por los Estados del mundo, con sus 44 hectáreas y 1000 ciudadanos procedentes de Italia y de otras naciones.
   En 1984 el tratado fue reemplazado por un Concordato que, como su antecesor, reconocía la absoluta soberanía de la Santa Sede (jurisdicción del Papa) dentro del Estado de la Ciudad del Vaticano y se dio por definitivamente zanjada la cuestión romana.
   El tiempo hizo entender a los cristianos de Italia y del mundo que la Iglesia se acomoda a todas las situaciones sociales y políticas y que solo tiene algo innegociable: su misión salvadora en el mundo.